"El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrastra, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy ese tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy ese fuego"

~ Jorge Luis Borges


Gaston Bachelard



por  Carlos Rojas Osorio

He sugerido en otra ocasión que a las distintas partes de la semiología (sintaxis, semántica y pragmática) es necesario agregarle otra que puede denominarse hilética1. Hylé en griego significa materia. La idea es, pues, destacar e investigar la materialidad del signo. En efecto, todo signo y toda significación requieren de un vehículo o soporte sensible o material. Dado el hecho incontrovertible según el cual la comunicación humana no es telepática, es decir, no hay, comunicación directa de mente a mente, necesitamos siempre un significante material para comunicarnos y expresarnos. Sean los sonidos de las palabras, los grafos de la escritura, las imágenes de la pintura, las imágenes en movimiento del cine o de la televisión, son siempre medios materiales los que vehiculizan y soportan la comunicación humana. Las artes se diferencian también por el medio de expresión de que se sirven; sonido y ritmo para la música, lenguaje para la literatura; línea y color para la pintura; materia para la escultura y la arquitectura. Cualquier temática de la experiencia humana puede ser poetizada o llevada al arte, pero necesitamos siempre algún material para que la idea, forma o mensaje se realice, llegue al público receptor.
Tradicionalmente se insiste casi siempre en la idea, mensaje o forma que conlleva la obra de arte. Pero el arte es material. Hay una materialidad del significante. Sin duda la forma se integra a la materia, la transforma al informarla mediante el acto de la imaginación que le da vida. Pero no hay una única materia como material único que sirva de soporte a la forma y las imágenes que la imaginación plasma en ella. Aunque toda obra requiere de una materialidad, son materias diferentes las que entran en la transformación e información que la imaginación opera en el significante material. Gaston Bachelard defiende la idea según la cual cada materia sugiere a la imaginación imágenes diferentes y él teoriza sobre la base de los elementos de la antigua alquimia. El fuego individualiza el tiempo. La tierra es motivo de ensoñación para la voluntad. La piedra implica poder de resistencia, dureza y mucho esfuerzo laboral para el escultor. El hierro sugiere fuerza creativa; horno del herrero en que se fraguan las formas a la manera como la vida surge de las grandes potencialidades de la materia. La piedra y el metal sugieren estabilidad y fortaleza; el barro sugiere movilidad. Contrario a la piedra, pero parecido a la pasta del panadero, el barro sugiere suavidad pero también trato directo de la mano del artista sobre la masa aún informe. La piedra que sirve de materia al escultor requiere de un intermediario, de un instrumento, de un cincel. El barro implica un mano a mano que sugiere una acción creadora inmediata que corporaliza en una obra. No en vano el Génesis bíblico relata la hechura del hombre por las manos divinas partiendo del barro de la tierra. Hombre significa humus, es decir, hijo de la tierra. Y la liturgia se encarga de recordárnoslo cuando el miércoles de ceniza signa la frente del creyente con una cruz mientras que el oficiante le reitera, ‘acuérdate hombre que polvo eres, y en polvo te convertirás’. Y las ciencias biológicas de nuestro tiempo indican que la vida surgió primeramente de un mar legaminoso propicio a la gran alquimia de la vida; un limo primitivo. El barro sugiere suavidad y delicadeza para la obra escultórica y sugiere finitud y mortalidad para el ser humano; y también sugiere la actividad genesíaca de la vida. La vida es ilimitada en la cadena de las generaciones y las especies que la constituyen, pero que es vida mortal para el individuo que viene del barro y al barro vuelve. El barro es mi propia materia y mi propio devenir.
De acuerdo a Bachelard los cuatro elementos (tierra, aire, fuego y agua) son leyes de la imaginación. Con frecuencia apreciamos la belleza de la obra terminada, forma y materia. Pero hay una belleza de la materia. Escribe Bachelard: “Dejamos pues a otros el cuidado de estudiar la belleza de las formas; nosotros queremos dedicar nuestros esfuerzos a determinar la belleza íntima de las materias; su masa de atractivos ocultos, todo ese espacio afectivo concentrado en el interior de las cosas”.2 Cada materia sugiere su propia belleza. Toda materia se sobrepone al imperio de lo útil. La materia, nos recuerda Baudelaire, es potencia para la fuerza creativa de la imaginación, le exige una sutil laboriosidad. La materia invita al modelaje. La imaginación se hace terrestre y el barro se poetiza. O para citar otro poeta, el gran escritor cubano Lezama Lima, en el arte la materia es hechizada. En el proceso artístico la imaginación no se limita a ser reproductiva, sino que es imaginación creativa. La imaginación reproductiva está ligada a la percepción y a la memoria, a las cosas tal como las percibimos; la imaginación creativa es la imaginación en lo más propio de su actividad. La función realista de la mente perceptiva y rememorante cede en el arte a la función de lo irreal. Para el humano, la percepción de las cosas es importante, pero también es importante el sueño y el ensueño que pertenecen a la función de lo irreal. La mente humana es una fragua de imágenes. Bachelard agrega que “estamos en el siglo de la imagen”. Y esta verdad es tanto más cierta hoy en la era del internet y de la computadora que cuando el filósofo la enunció.
La materia del hilemorfismo aristotélico es pasiva, potencia a ser informada. La materia de la ciencia moderna es energía, es dinamismo. Y el arte capta esta gran verdad. La energía es la intimidad de la materia. Y el artista da significación a esa intimidad. Distintas materias, diferentes obras, sugieren imágenes de intimidad. Hay una energía de la materia y hay una energía de la imagen. La materia manifiesta sus fuerzas y nuestras fuerzas. La vencemos por el trabajo y el arte, por la voluntad enérgica y por la imaginación creadora. La materia se convierte así en el espejo de nuestra energía. La voluntad y la imaginación ejercen su materialidad. El psiquismo humano vive de la energía de la imagen. La imaginación material y la materia imaginada entrejuegan en la dialéctica de la dureza y la suavidad. Estas son sus imágenes primigenias. Por lo duro y por lo suave aprendemos la pluralidad de los devenires, recibiendo pruebas muy distintas de la eficacia del tiempo. (Bachelard 1998: 28) Dureza y suavidad designan formas distintas de adversidades en el trabajo del escultor. La fuerza de la materia no permite equivocarnos. Novalis bien pudo decir que el artista despierta la materia; el tacto imaginante de la mano da vida a las cualidades adormecidas en la materia. Y Bachelard agrega que la imaginación es el acelerador del psiquismo. La imagen es el ser que se diferencia para estar seguro de devenir. (36) En el arte la imaginación da vida a la geometría material de las cosas. No es geometría abstracta, es geometría material. Por el tacto exploramos la materia, y nos ilusionamos de llegar al fondo de la materialidad de las cosas. La materia táctil nos ofrece sus riquezas ocultas. Y la dureza de ciertas sustancias estimuló el sentido inventivo del hombre, ya desde la prehistoria. Destreza y poder forman parte de los ensueños de la voluntad. La mano tiene sus ensueños y su poesía. Hay poemas del tacto, poemas de la mano que amasa. Carossa pudo decir: En la yema de los dedos sentí la actividad creadora de mi sueño. (112) La mano imaginante en acción es la felicidad de la mano creadora. Si la vida nació de un mar leguminoso, la imaginación también dispone de una especie de limo primitivo, apto para recibir y conservar la forma de todas las cosas. (94) La suavidad se hace plenitud, que se refleja en el barro o materia trabajada por la mano; la suavidad llena la mano. Parafraseando a Lautremónt digamos que los dedos se alargan en la suavidad del barro y como si esos dedos tuviesen conciencia van creando sus imágenes. Y Bachelard agrega, como en todos los grandes sueños, las imágenes ascienden a nivel de un universo, una suavidad cósmica llena y luego rodea la mano que amasa. Nace la primavera perfumada en la mano feliz. (96) La mano que se hunde en el suave espesor del barro se funde por completo con el ser del escultor y de la obra. Nuestra energía se activa así en imágenes dinámicas. La materia suave suaviza nuestras cóleras. (97) Este objeto suave que es el barro, no requiere furia alguna, nos convierte en sujetos de suavidad. El barro nos enseña a estrechar la mano con franqueza, como si nos sintiéramos hermanados en la naturaleza primigenia de la que venimos y a la que volvemos. En la modestia de la materia, el barro es pura autenticidad. Hay una simpatía de la sustancia de las cosas que se significa luego como simpatía en el corazón de los seres humanos. Pasamos de los deleites de la mano que amasa a los deleites del corazón. Los dedos listos para amasar están también provistos para apretar la mano. La imaginación se siente liberada después de la experiencia del largo trabajo plástico.
La obra hecha de barro sigue la ley temporal de los objetos terrestres, envejece suavemente. Es como si fuese un tiempo enterrado. Es un tiempo de lenta y notoria intimidad que conserva su pasado. La obra hecha de materia terrestre pasa por varias fases. Lo que nació en el agua termina en el fuego. La tierra, el agua y el fuego vienen a cooperar para producir un objeto habitual. Paralelamente, varios sueños elementales vienen a unirse a un alma simple y a darle una grandeza de demiurgo. (108)
Las imágenes relacionadas con el barro, el lodo y el fango tienen la peculiar característica de la ambigüedad. Ya hemos apreciado imágenes positivas al decir que la vida nace del limo primitivo, o que el hombre es creatura hecha de barro. Pero se pueden ver metáforas diferentes como cuando decimos que es necesario bajar del cielo teórico a untarse las manos con el barro. O cuando decimos que el cerdo se revuelca en el fango y quiere hundirse en la masa. Y esto sin olvidar que Vishnú se encarna en un jabalí. En tiempos en que las aguas primordiales extendían sobre el mundo su manto ilimitado, el jabalí de Vishnú descendió en él hasta medio cuerpo. Un poeta expresa su esterilidad creadora cuando dice que sus alas tienen barro, y tierra en los pies. Al expresarse en imágenes materiales, las imágenes terrestres sugieren pesadez, obscuridad, turbiedad y realismo. El poeta sueco Strindberg pudo decir que el lodo es sobrecarga de miseria. Incluso el artista cuando fragua su obra puede pasar de la exaltación creadora a la tentación de destrucción. En breve, si el barro sugiere imágenes opuestas, en realidad son nuestros afectos los que ponemos en esas apreciaciones.

Humacao, abril 12 de 2011.



1 Carlos Rojas Osorio, “Hilética: de la materialidad del signo”, Paradigma, Santo Domingo, Núm. 1, 2004.


2 Gaston Bachelard, La tierra y los ensueños de la voluntad, México, FCE, 1996, primera reimpresión, p. 15.

0 comentarios :

Publicar un comentario